DESVELOS

Àlvaro Antonio Claro Claro

No sé si a ustedes les ha pasado lo mismo. En estos tiempos de pandemia siento que los hábitos del sueño se han trastornado por culpa de este diminuto virus que nos tiene acorralados, lleno de incertidumbres y algo paranoicos. Por tarde que uno se acueste, a las dos de la mañana, como si se activara una alarma, queda uno espabilado mirando al techo sin poder conciliar de nuevo el sueño. Los minutos y las horas no avanzan, el insomnio nos pone a dar vueltas en la cama y el cerebro empieza a botar corriente con pensamientos que poco bien hacen a la salud mental.

Uno intenta leer, escuchar la radio o ver televisión pero estas actividades que para algunas personas puede ser un buen sedante, no resuelve el problema, al contrario, alejan la posibilidad de dormir a pierna suelta como solía hacerlo antes.

Para bajar los niveles de ansiedad, en los últimos días he optado por ocupar la mente escarbando viejos documentos (fotografías, postales, cartas, almanaques, etc.) que conservaba mi madre en un pequeño baúl de madera. Allí encuentro una sencilla tarjeta con una imagen que me remonta al año 1963, con apenas seis años cumplidos me veo en una amplia casa de campo construida en tapia pisada, techo de teja y con un inmenso patio de piedra rodeado de frutales, era la casa de mis abuelos que se encontraba en una pequeña finca ubicada a escasos 3 kilómetros del poblado, bautizada con un hermoso nombre que le hace honor a la sabiduría de nuestros viejos: “El Silencio” .

En esos años se vivía de una manera sencilla y descomplicada con lo que la naturaleza proporcionaba, todos debíamos integrarnos a las tareas que hacían funcionar la casa. Había que ir al monte a recoger leña para el fogón; recoger el café, asolearlo y luego tostarlo; era también parte del oficio ayudar a los mayores en las labores de la parcela. La solidaridad entre las familias de la vereda era de gran ayuda y hacía más amable la vida. Recibíamos huevos de la casa de Miguel, cuando Ramón David sacrificaba un cerdo o una ternera nos hacían llegar una buena pieza, la leche donde don Luis era “una contrata” que recogíamos todos los días a primera hora y cuando hacían queso se recibía la parte correspondiente; en nuestra familia se les correspondía de la misma manera cuando recogíamos la cosecha de café, aguacates, maíz, mandarinas o frijoles. 

La medicina para casi todos los males estaba en la jardín de la casa, si las hierbas no cumplían su función, había que acudir al “curioso” del pueblo para que prescribiera algún aceite o ungüento. No puedo olvidar que para el sarampión nos ordenaba una toma de leche hervida con boñiga colada en un trapo que debíamos tomar sin chistar; si el problema eran las paperas, el remedio era un frote de mentol y un trapo relleno con lana que se amarraba al cuello con la advertencia de que no podíamos serenarnos hasta que pasara la inflamación. 

El sistema de trabajo era comunal, los jornales se prestaban para poder adelantar los trabajos del campo. Papá le cedía a tío Gerardo tres o cuatro días para arar o sembrar la tierra, otras veces acompañaba a su compadre Gustavo varios días en la ampliación de la casa, luego ellos le devolvían esos días a papá cuando necesitaba alistar el abono para el cultivo, arreglar una cerca o reparar las acequias que conducían el agua a los prados.

Se acostumbraba dormir muy temprano. La última comida del día estaba acompañada de un Rosario y de historias que amenizaban la reunión familiar, historias que casi siempre eran de aparecidos, almas en pena que arrastraban pesadas cadenas rondando la casa a la media noche o de bandidos que se ocultaban en los cerros y aparecían de noche en los campos para robarse a los niños. 1963 fue un año difícil para la humanidad, hacía pocos meses que los líderes del mundo y millones de personas padecieron la peor pesadilla de su vida por cuenta de Rusia, Cuba y Estados Unidos con la crisis de los misiles que estuvo a punto de iniciar la tercera guerra mundial; fue también el año en el que uno de los protagonistas de la crisis, John F. Kennedy, cayó bajo las balas asesinas.

Los americanos, en especial los que trabajaban con organismos de seguridad, pasarían muchas noches sin dormir en la búsqueda de los verdaderos responsables del magnicidio sin mucho éxito. Otros que estaban desvelando a la juventud de esa época, eran cuatro muchachos de una agrupación musical del Reino Unido (Sería de las más influyentes en la historia de la música moderna); se convirtieron en una referencia para una generación que soñaba con un mundo mejor bajo las consignas de “Libertad Sexual”, “Hagamos el amor y no la guerra” y “Salvemos el planeta”.

La Beatlemania se extendió por América como la pólvora. En Colombia, en ese momento se vivían tiempos de paz política, se había elegido el segundo presidente del frente nacional, Guillermo León Valencia; los jefes políticos de los partidos tradicionales dormían plácidamente pues el acuerdo de repartirse los cargos públicos y de turnarse el poder cada cuatro años los mantenía tranquilos, pero en el campo la esperanza de un cambio social se desvanecía y se generaba un gran descontento popular que facilitó la aparición de grupos de corte comunista.

El gobierno no pudo controlar el surgimiento de grupos guerrilleros como las FARC y el ELN. Inició otra pesadilla para miles de colombianos que aún no termina.

Otros que se trasnochaban produciendo arte y literatura en ese momento eran Fernando Botero, Alejandro Obregón, Eduardo Ramírez Villamizar, Enrique Grau, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y Manuel Mejía Vallejo.

La tarjeta que motiva esta nota registra una fecha: 3 de junio de 1963 (Era lunes), En “El Silencio”, ese día se adelantaba la construcción de un tambo para almacenar la cebollas y otros productos cosechados en la parcela; mis tíos y un compadre apoyaban el trabajo de albañilería para devolver a mi papá los días prestados en el transcurso del mes. Había bastante movimiento en la casa pues las esposas aprovechaban para reunirse en el corredor y adelantar labores de costura y bordados. 

Era una tarde calurosa, nubes oscuras presagiaban lluvia muy pronto. Los trabajadores estaban en el descanso de la tarde tomándose un guarapo en totuma acompañado con bollos de mazorca y queso criollo cuando tío Jesús hace una señal para que hagamos silencio, indica que desde hace rato las campanas de la iglesia están doblando. 

-Es muy raro, no paran de tocar, en su semblante se reflejaba cierta preocupación. -Algo está pasando en el pueblo, ese incesante doblar de campanas es una mala señal, exclama mi tía Adiela y se hace la señal de la cruz. 

-Dejen la bobería, se burla el compadre Gustavo, apuremos a ver si terminamos pronto la pared pues no demora en empezar a llover.

Todos obedecen y reinician las labores de albañilería. Las mujeres limpian el corredor y nos mandan a los niños a recoger ollas, platos y totumas para llevarlos a la cocina.

Tío Gerardo, quien se encontraba en la parte alta de la pared recibiendo el barro para ponerlo dentro de la formaleta y apisonarlo, pudo darse cuenta del caballo que galopaba por la carretera en dirección a nuestra casa. A menos de cincuenta metros reconoce al jinete, es don Pedro Lucas, vecino del Llano el Hato; también se da cuenta que en la grupa del animal, agarrada con todas sus fuerzas viene su hija Lucia.

Al entrar al patio, el jinete tira fuerte de las riendas frenando en seco al caballo. Un relámpago cruza el cielo, Lucia se desmonta con rapidez, se dirige al corredor donde están todos pendientes de su llegada, en su cara se dibuja la angustia y el temor. Pedro Lucas da vuelta al caballo y se devuelve por el camino sin detenerse a saludar.

-Tía, tía, tía empieza a gritar Lucia con los ojos llenos de lágrimas. Se murió, se murió…oyen las campanas? La iglesia está de luto, se murió, repetía una y otra vez al borde de la histeria.

-Pero que es lo que pasa Lucia, pregunta mi madre abrazándola para calmarla.

-Se murió el Papa, en la escuela suspendieron las clases y nos mandaron a todos para la casa cuando el padre Roberto oyó la noticia en la radio y empezó a doblar las campanas en señal de duelo, !Tía la gente dice que el mundo se va a acabar!, tengo mucho miedo balbuceaba Lucia.

Todos en el corredor se miran consternados con la noticia, hombres y mujeres se ponen de rodillas y empiezan a rezar. Un nuevo relámpago se dibujó en el cielo y el aguacero empezó caer con toda su fuerza sobre el lugar.

¡Enciendan la vela de la Candelaria!, grita mi abuela, ¡Traigan el ramo bendito!, ruega mi tía Adiela con el rostro desencajado por el pánico, ¡Recemos el Magnificat!, suplica mi mamá santiguándose por quinta vez.

El agua arreciaba y los truenos eran cada vez más fuertes. Los pequeños llorábamos sin entender que pasaba y los mayores corrían a guardar bajo techo todos bultos de cebolla que estaban en el patio mojándose. 

Los rezos y la lluvia duraron hasta entrada la noche mientras la calma parecía que retornaba a la casa. Ya en la cama, esa noche no podía conciliar el sueño por la impresión de lo ocurrido en la tarde, apenas me quedaba dormido soñaba con truenos espantosos y nubes negras que descargaban gigantes gotas de agua, aplastaban las casas de nuestros vecinos, arrancaban de tajo los arboles y arrastraban todo lo que se encontraban a su paso; cuando una enorme gota caía sobre nuestra casa produciendo un fuerte estruendo, intentaba desesperadamente correr pero mis pies no me respondían. En ese momento del sueño me despertaba sobresaltado, sudoroso y lleno de pavor. La misma pesadilla se repitió casi a diario en las siguientes semanas, hubo necesidad de trasladar mi cama al aposento de mis padres mientras intentaban mejorar mi estado emocional con hierbas en infusión y con el cariño de mi familia. Aún, transcurridos 57 años, recuerdo esas noches con una sensación de zozobra.

Pasados los años supe que el fallecido Papa de este relato era Juan XXIII, conocido con el apelativo “La sonrisa de Dios”, canonizado en abril de 2014 junto al Papa Juan Pablo II. Hecho curioso que por primera vez ocurría en el vaticano: la canonización de dos pontífices el mismo día. Nos queda esperar que los desvelos de cientos de investigadores sean productivos y en muy poco tiempo podamos disponer de la vacuna anhelada para que termine esta pesadilla del Covid-19, mientras tanto, no bajemos la guardia con las medidas de protección en la familia, así sintamos que los días y las noches no avanzan como debe ser